Érase una vez, en un pequeño pueblo de la
costa del Mediterráneo llamado Guardamar, vivía un matrimonio joven en una
pequeña casita a la orilla del mar. Antonio, que así se llamaba él, era
pescador, y todas las mañanas, muy temprano, salía con su pequeña barca y su
vieja caña a ver que suculentos peces recogía.
Para mucha gente, ser pescador es un trabajo
muy aburrido. Para Antonio no, a él le gusta sentarse en su barca, mirar a su
alrededor, sentir la fresca brisa en su cara y tirar su caña lo más lejos posible,
para después sentarse a esperar, canturreando alguna de las canciones que su
padre le cantaba cuando era pequeño.
Cuando en mitad de la canción, siente que su
caña se mueve, Antonio se levanta de un brinco, los ojos se le iluminan, coge
aire y agarra con fuerza la caña, estirando hacia atrás para sacar a su presa
antes de que se escape.
Después de muchas horas de trabajo, Antonio
regresa a casa, donde su esposa Lola le espera, con un montón de utensilios con
los cuales limpiará el pescado para que luego pueda ser vendido en la puerta de
su casa. Ese es el trabajo que desempeña su esposa, limpia toda la pesca, la
coloca en un pequeño cesto en la puerta de su casa, adornado con hojas y
limones para darle mejor aspecto.
Pero Lola está triste, muy poca gente pasa
por delante de su casa y les compra pescado. Todos los vecinos están
encantados, ya que Antonio trae los mejores pescados de la zona, pero son pocas
las personas que conocen la casa, y por tanto, las ganancias son escasas.
Antonio le dice a Lola que no se preocupe,
que ellos pueden ser felices así, pescando para ellos y sus vecinos. Pero Lola
no está de acuerdo, Lola espera un hijo y no esta dispuesta a alimentarlo a
base de pescado. Los bebés necesitan leche, cereales, fruta, verdura, carne...
y también cuna, ropa, juguetes, y para eso necesitan dinero.
Una noche en la que Lola no podía dormir se
levantó y se puso a organizar los pescados que el día anterior había pescado
Antonio y que habían sobrado. Para ello utilizó el cesto apoyado sobre una carretilla,
ya que no lo podía coger por lo que pesaba. Así, fácilmente fue colocando las
montañas de pescado sobre las cajas preparadas para ello. Mientras tanto, Lola
no paraba de darle vueltas a la idea de cómo podían aumentar las ventas de
pescado y así ganar más dinero. Y de pronto, observando la carretilla se le
ocurrió una idea: pondría sobre la carretilla una cesta de mimbre, adornada con
hojas y limones, y sobre ella pondría todo el pescado fresco que pudiera. Así,
iría por las calles del pueblo llevando la carretilla llena de pescado,
gritando qué magníficos que era su pesca y lo barato a lo que lo vendía.
Y así fue como nació la saranda, las mujeres
de los pescadores colocaban sus piezas de pescado sobre aquella carretilla y
pasaban por todas las calles del pueblo a venderlo. Las mujeres se asomaban al
balcón al oír los gritos y bajaban corriendo con sus monedas a comprar los
pescados más frescos.
Y gracias a esto, Lola y Antonio consiguieron
salir adelante, tuvieron muchos hijos y a ninguno les faltó de nada, y
Guardamar creció gracias al oficio y la labor de los pescadores y sus señoras.
Marta Díez Verdú